Por
Giselle Barreiro
El
programa de alfabetización para adultos “Yo, sí puedo” surgió en Cuba y se
extendió en pocos años a toda América Latina y varios países del mundo. Hoy en
día, millones de personas aprendieron a leer y escribir con este método y una
gran parte de ellas ingresaron en distintos niveles de educación formal
(primaria, secundaria y universitaria).
El
objetivo del programa es la reducción de los índices de analfabetismo en
jóvenes y adultos de todo el mundo, utilizando medios audiovisuales (TV y DVD)
como instrumento de alfabetización. A través de estos se emiten 65 clases (que
duran 30 minutos cada una), 5 días a la
semana. Los participantes utilizan una cartilla en las que realizan ejercicios
y pueden leer algunas de las oraciones que aparecen en la clase.
Lo
novedoso de esta forma de enseñar a leer y escribir es que parte de un
contenido conocido por los participantes (los números) para relacionarlo con lo
desconocido (las letras), lo que hace que el aprendizaje sea más fácil y
rápido.
El
facilitador es el nexo entre el contenido de las clases audiovisuales y los
participantes. Su función es completar la explicación de algún tema que no se
haya comprendido completamente, asistir a los participantes en sus tareas,
incentivarlos y generar con ellos un lazo de confianza que haga que aprender
sea para todos algo placentero. No necesariamente debe ser docente, sino que
cualquier persona alfabetizada puede ser facilitador/a de este programa.
Conocí
el método “Yo, sí puedo” en mi ciudad de origen, Buenos Aires, hace aproximadamente
diez años, donde participé como facilitadora en una cooperativa de
recuperadores urbanos (llamados cartoneros) en el barrio de Villa Pueyrredón.
Esa
fue mi primera experiencia y fue suficiente para que no quisiera dejar de
hacerlo nunca más.
Ver
que una persona aprende, por ejemplo, a escribir su nombre, o el de sus hijos,
que logra comunicarse, que puede expresar lo que piensa y lo que siente, que se
hace más fuerte, que se vuelve consciente de su dignidad y la defiende, que
puede decir que sí y que no, son experiencias de las que nunca quiero dejar de
ser testigo.
Desde
2007 vivo en Puerto Madryn, donde el año pasado, por primera vez, egresaron
tres participantes junto a muchos otros de la ciudad de Trelew.
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